BENIGNO PUENTES
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BENIGNO PUENTES

Nací en San Juan de Piñeiro, en una familia que se dedicaba al campo. Emigré a Venezuela a los 16 años, en el 55. Trabajé allí 47 años en una empresa textil. Empecé barriendo. Llegué pesando 48 kilos porque en el barco me mareé y no hacía más que vomitar. Ya de Vigo a La Coruña no pude comer. Solamente cuando entramos en el Mar Caribe pude echarme algo al estómago. Era un barco italiano, nos daban espaguetis con acelgas, y sólo el olor de aquella comida me ponía malo.

Después, cuando teníamos alguna bronca en la empresa, los otros me decían: “Cállate, españolito, que viniste aquí a matar el hambre”. El jefe era un judío italiano que había puesto una empresa en Rusia, pero con el comunismo se tuvo que ir. Yo fui ascendiendo en aquella empresa, pasando de un departamento a otro. Conocí a una muchacha venezolana, conocí la vida y el amor… pero después vino otra, colombiana, y me mató. Me descompuso por completo. De una venezolana a una colombiana hay una diferencia como del día a la noche.

La colombiana me arruinó la vida bastante. Pero bueno, en Venezuela me corrí buenas juergas. Había muchas cosas nuevas para mí. Nunca había vivido en un país con una moneda tan fuerte como el bolívar en aquel entonces. Y allí había mucha gente de todos sitios. Recuerdo las hogueras de San Juan en Barlovento. Los negros hacían hogueras por toda la playa y se la pasaban desnudos, borrachos, bailando como locos.

Me acuerdo de una canción que decía “Barlovento, Barlovento, tierra ardiente y del tambor…”. Lo que pasó fue que cuando se devaluó la moneda me desilusioné. Y tuve problemas con aquella señorita y después con la otra. Me casé con la venezolana, pero después ella se enamoró de un militar. Allí era todo más fácil: si a un hombre le gustaba una chica, no tenía más que seguirla, y lo mismo si a una mujer le gustaba un hombre. Hubo un momento en el que Venezuela ofreció la posibilidad de repatriar a los españoles que quisiesen volver. Yo allí vi a muchos españoles que no tenían trabajo, mucha miseria.

Hombres que se daban a la bebida, gente que se aficionaba a apostar a los caballos… Había gente llorando en las puertas de la embajada española pidiendo ser repatriada, pero no los recibían. Recuerdo estar comiendo en un restaurante y entró una pareja de españoles pidiendo limosna. Les di algo, pero él volvió y me dijo en gallego: “¿Tú crees que con esto puedo vivir?”. Yo le pedí al camarero que les pusiese dos comidas, pero no quisieron. El hombre lloraba. Yo vi eso y me sentó tan mal que decidí rellenar el impreso de repatriación. Y al poco murió mi madre, y volví por primera vez.Como había huelga de pilotos, llegué días más tarde. Conocí en el avión un hombre que me dijo que me llevaría hasta el pueblo. Cuando llevábamos un rato de camino, me extrañé, porque veía que nunca llegábamos a mi pueblo. Y de pronto me di cuenta de que ya lo habíamos pasado, pero yo no lo había reconocido. Después tuve que volver a Venezuela, a seguir trabajando para asegurarme la jubilación.

Fíjate que ahora, después de tantos años trabajando, ahora nos quitaron la pensión a todos los que emigramos y volvimos. Con todo el lío que hay montado en Venezuela llevamos desde enero sin cobrar. Y yo recuerdo otros tiempos, en los que llevaban todo el dinero al Banco Central en Caracas y lo dejaban allí metido en unas cajas en la avenida principal y nadie tocaba el dinero.

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