24 Feb JULIA DANDAS DA COSTA
Nací en Portugal. A los 22 años vine a España y me casé aquí con un gallego. Tuve 12 hijos. Dos se me murieron: una niña de 5 meses y otra a los 38 años. Mi marido era vecino mío, algo mayor que yo. Yo no tenía muchas ganas de casarme, la verdad, pero era el destino que me había tocado.
Mi padre me dijo: “Hija, quédate en casa, que vas a sufrir muchas palizas y mucha hambre”. Y así fue. Se emborrachaba, me daba palizas y no trabajaba. Yo trabajaba como una negra en lo que fuese. No me daban dinero, pero sí un poco de comida y ropa. Cuando había tenido 5 hijos, tuve un aborto. El médico dijo: ya no tienes más. Pero se equivocaba: tuve siete más. Con los dos últimos me tuvieron que hacer la cesárea. En la última ya me arreglaron para que no tuviese más familia.
Pero mi marido era desconfiado; yo no podía mirar ni hablar con nadie. Si llegaba tarde de trabajar del campo, se ponía hecho una fiera. En una de esas me dio una paliza que se me quedó este bulto que ves en el brazo. El alcalde dijo: hay que levantar denuncia. Nos mandaron al juzgado. A mi marido lo mandaron a ponerse de rodillas delante de un santo y jurar que no me iba a pegar más. Él lo prometió, pero luego al llegar a casa me dio una paliza, como siempre.
Una amiga maestra me decía: “Julia, márchate con los niños”. Pero eran otros tiempos, a mí me daba vergüenza… Después el médico me dio a mi marido un tratamiento para que estuviese más tranquilo, pero él se lo tomaba con vino en lugar de agua. Un día le serví una cabeza de pescado con una patata y un vaso de agua, pero él se empeñó en comerlo con vino. Fui a buscar, y a la vuelta vi a mis hijos gritando. Le reventaron los hígados y se le fueron por la boca para fuera. Se lo llevaron para la residencia. Estuve quince días allí con él, día y noche. Y se murió. Después, como tenía tantos niños, metí a 5 en un colegio internos en Pontevedra. Iba a verlos cada 15 días.
Cuando mis hijos ya fueron grandes e hicieron su vida, conocí a Aníbal. Yo aún tenía 40 y tantos años. Él le preguntó por mí a un vecino. Era viudo. Un día fui al médico y estaba allí esperando para conocerme. Pagó todas las deudas que yo tenía en las tiendas. Estuvimos ocho años juntos. Pasé mi vida de viuda con él como una reina. Teníamos un vecino que también era viudo y tenía coche, y nos íbamos los tres en el coche a donde nos apetecía. Después él enfermó.
La memoria la tengo muy bien. Mis doce hijos se llaman: Luis, Rosa María, Alejandro, Fernando, Rubén, Cristina, María Jesús, Lola, María de los Ángeles, Inés, Chus y Julita. Y me acuerdo de todos mis partos. El que más recuerdo es el de la nena que murió a los 4 meses.
Fue el peor porque la tuve yo sola en casa. Yo sabía hacerlo, porque mi padre fue el partero de todos mis hermanos, y yo lo había visto. Cogí la palangana, trapos y un hilo de coser para cortar el cordón. Me agarré a la cama y eché a mi niña. La lavé, pero no tenía nada de ropa que ponerle. A los días vinieron unos vecinos, preocupados porque no me habían visto por el pueblo. Entraron en casa, vieron al bebé y me dijeron: “¡Ay, la puta que te parió! ¿Cómo se te ocurre parir sola? ¿Y si te hubiera dado una hemorragia?”. Pero así eran las cosas entonces.
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